RELATOS

CAPERUCITA Y EL LOBO FEROZ.


Había visto a ese hombre en varias ocasiones. Por circunstancias de la vida yacía perdida y era incapaz de encontrarme, aún así me sentí atraída por él desde el primer instante.
Se presentaba algo tímido y reservado, contradiciendo a su físico y semblante masculino. Lucía alto, robusto, de cabello y ojos castaños. Con frecuencia hacía gala de su sonrisa pícara y una mirada de la que no era fácil escapar. Estaba segura de que nos encontraríamos a solas, y así fue…


Me abrió la puerta de su casa y ahí estaba otra vez su mirada, -¿Una copa?-, por supuesto que sí, iba a necesitarla. La tensión sexual no resuelta podía respirarse en el ambiente. Habíamos dado un par de sorbos cuando de repente empezó a besarme. Nuestras bocas se entendieron a la perfección con cada beso, con cada aliento. Me encontré apresada entre una lengua extremadamente ansiosa y unos dientes depredadores. Sus dedos recorrían y se clavaban por mi cuerpo con suma fuerza, ofreciéndome una mezcla de placer, dolor y ardor intenso.


El supuesto corderito distaba mucho de ser algo tierno. Tuve que frenar su virilidad en varias ocasiones para aplacar su fúria, pero aún así, me dejé arrastrar hasta su guarida sin pensármelo demasiado.


Para cuando nuestra ropa cayó al suelo ya estábamos sudorosos. Sentía el labio dolorido a causa de sus mordiscos dado que sus dientes inferiores estaban graciosamente descolocados. Esa particularidad en según qué bocas me llama extrañamente la atención y hace que se me antoje rozarlos con mi húmeda lengua.
Sus fuertes brazos lograron desarmarme por completo y ansiaba cada vez más sentirlo dentro de mí. Mis senos fueron testigos de su instinto desgarrador de lobo con piel de cordero. Sujetaba mi larga melena y tiraba de ella con suma brusquedad arrasando con sus labios y dientes cada centímetro de mi piel. Me procesé caperucita ante semejante animal salvaje mientras jugamos a perseguirnos, dejándome cazar sólo por experimentar esa delicia.
Clavé mis uñas en su regia espalda intentando defenderme de sus ataques, si bien, era una lucha entre querer más dolor placentero y escapar de esa lúgubre oscuridad. Introdujo sus dedos en mí con dureza hasta hacerme estallar en repetidos orgasmos. Con cada uno de ellos se impregnaban de mí sus sábanas y de gemidos sus oídos. Su euforia descontrolada podía notarse en su hombría… Me sentía pequeña incluso sentada sobre sus robustos muslos mientras deleitaba, con acelerado ritmo, su preciado miembro viril.


Exhalaba profanidad que me alimentaba y me devolvía a lo que siempre fuí. Entre jadeos, deseo y esa lucha constante, dejé de verme pequeña y no pude más que emerger. Bajo la capa vermellón se descubría una loba, herida, pero loba al fin y al cabo…

Nos besamos mil veces esa noche, roces desenfrenados llenos de mordiscos, aullidos y garras. Extasiados, me abrazó y me sonrió complacido.
Nos volveremos a encontrar, seguro.

Continuará…

ASÍ FUÍMOS LAS DOS.


   Era una mañana de verano cualquiera, jamás creí que se convertiría en uno de nustros mejores momentos digno de recuerdo.
   Tomábamos cafe con leche juntas como era de costumbre los días festivos. Una delante de la otra separadas por la mesa de la cocina, releíamos las notificaciones personales del móvil.    Esporádicamente cruzábamos miradas y alguna sonrisa. Era un día soleado y corría una brisa ténue muy agradable. Su pelo rojizo despeinado jugaba con el viento que escapaba a través de las corrientes.
Como hacía habitualmente, me quedé clavada en su rostro. Adoraba esa cara de recién levantada con restos de rímel corrido bajo sus maravillosos ojos verdes, medio escondidos detrás de unas gafas modernas. Ese aire despreocupado lograba volverme loca.
Tras uno de sus conocidos gestos sentí la necesidad imperiosa de acercarme a besar sus labios. Sus besos… Te llevan a un remolino de sensaciones dónde no hay fin, pueden removerte tanto el alma que no hay vuelta atrás.
Nuestra complicidad en los momentos más álgidos es inimaginable, indescriptible. Mis manos inquietas recorrían su silueta suavemente y el rozarnos era una explosión de locura. En a penas dos minutos yacía sobre la mesa lista para ser degustada. Es, sin duda, el más excitante plato que puedas saborear.
Acariciando y observando su cuerpo desnudo podía percibir el olor a excitación mútuo. Me hallaba  sentada en una de las sillas frente a tan exquisito manjar. En esa posición la distinguía como a una Dahlia, emergida, florecida por los rayos de sol indirecto. Accesible a toda su belleza y grandeza no podía más que complacerla, como sucede cuando aproximas tu rostro para oler una bella flor.
El silencio desapareció y dió paso a un estallido de gemidos, ahora sí, me pertenecía. Dirigí mi cuerpo a saborear el segundo plato de ese tan gratificante desayuno. No hubo rincón que mi lengua no mojase… Nuestras miradas de deseo eran incesables y nos besábamos como si la vida se nos fuese en ello.
Mis dedos se adentraron en su abrasadora humedad, la brisa ligera no conseguía secar nuestro sudor. No cesé en llevarla repetidas veces al éxtasis hasta que pude calmar  todos y cada uno de sus deseos. Ahí estaba yo deleitándome con el postre más dulce.Y ahí estaba ella reclamando su merecido desayuno. Catadora íntegramente oficial de todos mis menús. Nadie como ella para saborearme.

Nadie como nosotras para ser. Para ser una mañana cualquiera…

ASÍ FUÍMOS LAS DOS. – (c) – Alice Depra

Microrrelato: TAN TUYA COMO TÚ MÍA…

Sentía que iba a explotar de deseo con sólo poder vislumbrarla!
La tenía entre mis manos sin apenas rozarla, cálida, aquella mujer anhelada tantas noches… Pude recorrer sus hermosos senos con mis labios entreabiertos y sentir como se erizaba su piel, hasta suplicarme a través de su mirada, que la hiciese mía.
Así lo hice; como quien recorre el más bello instrumento logrando un desenlace de éxtasis, como si de la más bella sinfonía se tratase.

Microrrelato: TAN TUYA COMO TÚ MÍA… – (c) – Alice Depra